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¿Qué ve Germán Samper cuando dibuja?

Esquivando la suave lluvia de Bogotá, un gato de ojos color turquesa y bañado en blanco y negro merodea por la cornisa de una oficina escondida en medio de la vegetación. Un generoso ventanal de madera tamiza la luz e ilumina el interior: un escritorio, cientos de libros, carpetas amarillas y cuadros a contraluz. Cómodo en su asiento, Germán Samper (91) toma un lápiz, lo apoya sobre la piel del papel y comienza a explicarnos todo lo que habla, de la manera más sencilla y clara posible.

Ya sea dando instrucciones para tomar un taxi en Bogotá o explicando las recientes modificaciones a la histórica ciudadela Colsubsidio, Samper -maestro de la arquitectura colombiana- puede expresar ideas sobre el papel con una facilidad que nos hace creer que el dibujar puede ser muy sencillo, pero es simplemente un gran truco.

La constancia es la receta y Samper lo sabe por experiencia propia. "No entiendo cómo los arquitectos no dibujan más si es un verdadero placer", se pregunta.

Después del salto, una conversación con Germán Samper y una serie de bosquejos inéditos del arquitecto colombiano.

En una grata conversación en su despacho en Bogotá, Germán Samper repasa toda su vida: sus años en la universidad, su trabajo en el taller de Le Corbusier (sin que el franco-suizo inicialmente lo supiera), sus proyectos en Bogotá, sus reparos sobre las tendencias de las nuevas generaciones de arquitectos y reflexiones sobre su propio legado.

Mientras conversamos, su pasión por el dibujo sale a flote constantemente para hilar su propio discurso. Eso sí, su soltura con el lápiz no es de nacimiento. Para encontrar ese inicio, hay que remontarse a fines de la década del cuarenta, en sus últimos años en la Universidad Nacional de Colombia, cuando unos profesores europeos -Leopoldo Rother y Bruno Violi- llegaron a Bogotá estimulando la difusión del movimiento moderno. La generación de Germán se entusiasmó con las ideas vanguardistas de Le Corbusier y, por cuenta propia, el joven colombiano logró una beca del gobierno francés para estudiar en el Instituto de Urbanismo de París. Instalado en la Francia post Segunda Guerra Mundial, se las ingenió para trabajar en el taller de Le Corbusier entre 1947 y 1952. En ese lugar, surgiría su necesidad de escribir y dibujar.

"Uno no sabe dibujar cuando está recién titulado", comenta Samper sobre sus inicios, quien reconoce que su aprendizaje tuvo "una dificultad muy grande y poco a poco (fue) mejorando”. En esos años, Le Corbusier surge como una figura fundamental del aprendizaje:

“Cuando en 1949 llegó la época de vacaciones e íbamos con Rogelio Salmona al Congreso de Bérgamo (CIAM VII), Le Corbusier nos dijo 'No lleven cámara fotográfica, el arquitecto tiene que aprender a dibujar'. Lo que al arquitecto le llama la atención, hay que dibujarlo”.

Samper y Salmona recorrieron Italia dibujando obras recomendadas expresamente por Le Corbusier. Esa experiencia le ayudó a entender no sólo el rol del dibujo, sino también la necesidad de dibujar. A través de la descomposición geométrica, con el lápiz y el papel, creían interpretar el patrimonio arquitectónico que visitaban.

“Los dibujos son la memoria del arquitecto. Uno los hace para aprender del edificio que tiene enfrente”, señala. Un recorrido por los bosquejos desparramados en su oficina deja claro que así es: detalles constructivos, vistas panorámicas de espacios públicos, perspectivas interiores, plantas habitacionales sobre papel mantequilla, memorias escritas a mano e ideas conceptuales. Todo con ese grosor y esa imperfección que deja el pulso, el sello personal de cada uno de nosotros frente a la hoja en blanco.

Obras que no caben en una fotografía

¿Qué ve Germán Samper cuando dibuja? “Me parece interesante dibujar una iglesia gótica para conocer su estructura. Uno debe realizar un análisis previo de su geometría. La práctica me ha hecho buscar y lograr dibujos que no se pueden hacer sino con el papel. Uno puede omitir una parte de una calle para ver la otra completa. Entonces uno puede jugar maravillosamente y hacer cosas que no se pueden hacer con la fotografía”.

En sus múltiples bosquejos dibujados en sus viajes por el mundo, la mano del colombiano invisibiliza fachadas para resaltar otras, afina la mirada como un francotirador en detalles específicos de un puente colgante, reconoce tipologías en las calles de su Colombia querida, despliega cuadras enteras como un rollo de papel, multiplica su rango de visión al redibujar plazas medievales y consigue perspectivas como si se anclara como gárgola a la cornisa de algún edificio histórico.

Cuando visitó la capilla de Ronchamp de Le Corbusier, Germán se dio cuenta de las ventajas del dibujo en situaciones que la fotografía no alcanza a cubrir:

"El sacerdote de la iglesia me dijo 'No he podido dibujar con fotografías las dos capillas al mismo tiempo que hay en la parte de atrás. Me sacan unas fotografías magnificas de una y después de la otra, pero tal vez usted me las puede hacer'. Hice un boceto y entonces el curita quedó 'descrestado' (maravillado) Se lo regalé, luego de hacer una copia para mí".

Samper guardó todos sus dibujos. Según sus cálculos, son 5.000. Todos nacidos al calor de sus viajes: Estados Unidos, Europa, Latinoamérica y obviamente, su Colombia natal. Con la ayuda de una de sus hijas, comenzaron a ordenar y sistematizar la colección. Así surgieron los primeros tres tomos de Croquis de Viaje, una exhaustiva recopilación de su trabajo. Actualmente, son más de trece tomos, y los que conserva en su oficina, en su interior guardan anotaciones, recortes de textos, marcadores y nuevos croquis.

Pensando en su legado, cuenta que donará la colección de dibujos a la Biblioteca Luis Ángel Arango, diseñada por él mismo cuando trabajó asociado a Rafael Esguerra y Álvaro Sáenz. Ahora -tal como insiste a lo largo de nuestra conversación- cree que puede ayudar a las nuevas generaciones de arquitectos a no olvidar el dibujo. Que no se dejen tentar.

Energético y sin dejar el papel, nos suelta un advertencia bien masticada. "Hay que coger el lápiz, no lo podemos abandonar”. Y sonríe.

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